El agua electoral

La candidata a la Junta dice que la región lleva veinticinco años sin dar palo al agua, casticismo de mi cosecha pero que hay que tomar al pie de la letra, porque a ese recurso se refiere. Qué ignorancia, o qué perversión, si se admite, que ya es admitir, que la aspirante tiene una mínima idea de lo que ha pasado aquí desde que existe Castilla-La Mancha como realidad comunitaria en la España de las autonomías.Una afirmación tan frívola no resiste un juicio serio y se puede contrastar fácilmente con datos, que son elocuentes, y que responden a una de las constantes de gobierno más características de Fuensalida en defensa del agua, con obras, acuerdos y reivindicaciones, hasta llegar a la decisión sublime del pleno de las Cortes, en el marco del VII Debate sobre el Estado de la Región, de ponerle fecha de caducidad al trasvase Tajo-Segura.Quiero recordar que durante la discusión de la propuesta de resolución socialista, fue el presidente del Gobierno regional, José María Barreda quien instó al Partido Popular regional, «para ser capaces de elevarnos por encima de los rifirrafes para defender los intereses de nuestra tierra como son el agua y el Estatuto, como han hecho en otras comunidades autónomas como Valencia o Aragón». Ignorar las demandas sobre la participación en la gestión de las cuencas hidrográficas de nuestro territorio, es olvidar un aspecto de una lucha tenaz que mantiene el presidente, de quien se sabe que el Trasvase le quita el sueño. El agua política jamás calmó la sed de nadie, sobre todo de los que Bono -un precursor de la defensa de los caudales lugareños- aguatenientes, auténticos corsarios fluviales.. Las disputas sobre el agua son históricas, y lo seguirán siendo. El agua, en poder del hombre siempre dispuesto a meterse en camisa de once varas, inspiró el trasvase Tajo-Segura, un proyecto colosalista, calificado en su tiempo de faraónico, que a quién se le ocurre torcer la voluntad de un río, que lleva su camino, como muchos otros, y hacerle una geografía nueva, sin juncos en sus orillas -primera y extravagante contrariedad natural- y con una profunda cicatriz para un viaje nuevo. Por si alguien lo ha olvidado, la cosa empezó en 1979, pero venía de lejos, de un plan de Obras Hidráulicas elaborado en 1933 bajo la dirección del ingeniero de caminos Manuel Lorenzo Pardo. La tentativa era acabar con el «desequilibrio hidrológico» del país y el objetivo, el sureste; por cierto, de aquel tiempo es también la idea de hacer lo mismo desde el Ebro: El ministro de Obras Públicas, que era Indalecio Prieto, en una asamblea celebrada en Alicante que sería histórica, acarició las dos posibilidades. Descartado el Ebro y desde hace poco otra vez en candelabro, la china le tocó al otro, asunto que se tragó una guerra y una posguerra, pero que acabó siendo franquista en 1966, que pasaba por allí un plan de desarrollo, vio luz y subió. Se supo entonces que iba a costar 14.500 millones -como ahora dicen, de las antiguas pesetas- pero la cifra sobrepasó los 43.000. Y todo aquello, que daría lugar al llamado aprovechamiento conjunto, empezó a moverse. De aquella operación aun existen secuelas, el río, como los dineros de la copla, se perdía a ojos vistas por filtraciones cuya compensación es -si se prefiere decirlo castizamente, como mear y no echar gota. Invitados de secano, aquí nos quedamos a verlas venir, en una orilla de cardenchas. Y, lo pero de todo, sin arte ni parte en tan formidable cuestión, manejada por organizaciones poderosas donde nunca nos dieron ni un suspiro. Muchos años después, el siglo XXI nos ha cogido en bragas, el control lo siguen teniendo otros y, entretanto, la llamada guerra del agua está en su apogeo, como debe ser. Ni para unos ni para otros se cumplieron jamás las previsiones a que todo dios parecía tener derecho. En las cuencas, como hemos dicho alguna vez, pintamos menos que Cagaestacas en la Audiencia, personaje que existió sin catarlo ni beberlo. Y a todo esto en un panorama desolador, con un déficit hídrico que se sube por las paredes. Muchos, en Toledo, se han dejado la piel en esta pugna tradicional, y no reconocer eso es de ingenuos, o de voluntarios desmemoriados, o de ignorantes.Era raro que el tema no aflorase en la campaña electoral, y ha salido, con un oportunismo locuaz de una candidata, que si se queda aquí después del 27-M como diputada en San Gil, cosa que se duda, podrá saber lo que vale un peine.

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